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Ciudad del Vaticano, 07/05/2025
“No estoy enfermo, estoy perfectamente. Pero no me han querido en el cónclave.”
Con esta frase, el cardenal keniano John Njue encendió una vela —y algunas alarmas— bajo la cúpula del Colegio Cardenalicio.
Porque cuando un príncipe de la Iglesia afirma estar listo para votar y es dejado fuera sin explicaciones, más que humo blanco, huele a misterio.
El cónclave es por definición el templo del sigilo. Pero esta vez algo se filtró —y no desde el techo de la Capilla Sixtina. La exclusión de Njue se ha esparcido como incienso entre obispos africanos, teólogos romanos y periodistas vaticanos con olfato entrenado.
La pregunta es directa: ¿quién decide realmente quién está “apto y presente” para elegir Papa?
En teoría, cuenta la edad (menos de 80), la salud y la residencia. Pero en el caso de Njue, las dos primeras estaban cumplidas. Entonces, ¿qué pasó? Tal vez es la tercera la que ahora se interpreta… con flexibilidad. O tal vez se trata de la nueva tradición tácita iniciada durante el pontificado de Francisco: rediseñar el mapa del poder, sin decirlo.
Porque si algo ha dejado claro Francisco es esto:
la guerra entre cardenales ya no se libra con báculos, sino con listas, invitaciones y silencios.
La “misericordia” ya está archivada en los anaqueles de las buenas intenciones.
El cardenal Njue, mientras tanto, queda fuera, rosario en mano y ceño fruncido. ¿Un caso aislado o el primero de muchos? Lo cierto es que el próximo Papa heredará un colegio dividido, selectivo y nervioso.
Y quizás empiece su pontificado con una bendición… y un chequeo médico.
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