Donald Trump aterrizó anoche en el aeropuerto de Stansted, desplegando por segunda vez su alfombra de visita de Estado en el Reino Unido. La corbata roja brillaba detrás de la ventanilla del Air Force One como si anunciara la función, mientras el protocolo británico preparaba la guardia de honor.
La anfitriona del momento fue Yvette Cooper, secretaria de Relaciones Exteriores, que lo recibió con un apretón de manos tan largo que parecía una pulseada diplomática. Tras la ceremonia, helicóptero al centro de Londres, residencia del embajador y la primera frase de rigor:
“El Reino Unido calienta mi corazón”.
Mientras tanto, en paralelo, los gigantes tecnológicos estadounidenses calentaban los bolsillos: £31 mil millones en inversiones prometidas, con elogios a la “posición Ricitos de Oro” del Reino Unido en la carrera global por la inteligencia artificial.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas. En Windsor, la noche se iluminó con proyecciones nada amables: imágenes que recordaban la supuesta relación de Trump con Jeffrey Epstein. La policía arrestó a cuatro personas, y para hoy se esperan protestas con decenas de grupos listos para gritar que Trump no les calienta ni el té.
El menú de la visita incluye negociaciones comerciales, anuncios de inversión y, por supuesto, un banquete de Estado en el Castillo de Windsor. Los británicos ya saben que, con Trump, la cena viene acompañada de espectáculo.
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