Mar del Plata, Argentina
El ex Aquarium de Mar del Plata cerró sus puertas hace cinco meses. Prometieron reubicaciones, liberaciones y traslados que nunca llegaron. Hoy los vecinos denuncian delfines y lobos marinos flotando en agua verde, como si la clausura del predio hubiera sido también la clausura de su destino.
Las ONGs gritan, los videos circulan, la Justicia se mueve con papeles y sellos. Pero la verdad es más cruda: esas bestias siguen ahí, esperando un gesto humano que les devuelva aire y alimento.
El intendente presentó una denuncia penal; bien. Ahora toca que alguien —Estado, empresa, fundación o millonario con remordimientos— se moje el advenir. Porque si no, estos animales quedarán como símbolo perfecto de nuestra miseria: aplaudidos en la abundancia del espectáculo, olvidados en la decadencia del negocio.
Salvarlos no es un lujo. Es apenas lo mínimo que nos debería quedar de humanidad.
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