
Torino, Italia
Al amanecer, mientras Turín se preparaba para otra jornada aparentemente normal, el Estado llamó a la puerta —con fuerza— en corso Regina Margherita 47. Askatasuna, ocupado desde 1996 y considerado el último bastión de la Autonomía, fue incautado y desalojado por la Digos. Fin de la larga tregua, fin de las ambigüedades.
El ministro Piantedosi no perdió tiempo: “Desde el Estado, una señal clara: no puede haber espacio para la violencia en nuestro país”. Traducción política: cuando las marchas se convierten en asaltos, la tolerancia vence como un permiso provisorio.
Dentro del edificio se encontraron seis activistas en una zona declarada inhabitable. ¿Un detalle técnico? No: es la violación de las reglas lo que hizo saltar el acuerdo de colaboración entre el Municipio y el comité de garantes sobre los “bienes comunes”. Las reglas eran pocas, pero no fueron respetadas.
El alcalde toma nota y certifica la infracción de las prescripciones. El pacto queda extinguido, punto. Tras años de equilibrismo administrativo, la línea se vuelve de pronto recta. A veces basta un acta para aclarar lo que la política posterga durante décadas.
Afuera, la escena prevista: unidades móviles, carabineros, camionetas, hidrantes. Los antagonistas hablan de “despliegue masivo”, como si la sorpresa fuera la intervención y no los ataques que la precedieron.
La ciudad, sin embargo, no es un decorado neutro. Corso Regina bloqueado, tranvías desviados, colectivos sustitutos. Turín se detiene mientras se vuelve a discutir si el orden público es un abuso o una función esencial del Estado.
El contraste más amargo llega desde las escuelas cerradas por razones de seguridad: jardín maternal, jardín de infantes y primaria. Quinientos chicos fuera del aula, fiestas de Navidad suspendidas. La protesta ideológica no tiene edad; las consecuencias, sí.
Para la tarde está convocada una manifestación contra el operativo. Sin incidentes, por ahora. Pero el guion es conocido: plaza contra uniforme, consignas contra precintos, libertad invocada y responsabilidad postergada.
Askatasuna significa “libertad”. Después de veintinueve años de ocupación, la pregunta sigue siendo la misma: ¿libertad de qué y para quién? El desalojo no cierra el debate, pero sí cierra un capítulo. Y recuerda que, tarde o temprano, incluso los símbolos deben rendir cuentas a la realidad.
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