Las excavadoras rugen en Washington y no por un nuevo plan de infraestructura. El Ala Este de la Casa Blanca, símbolo de historia y protocolo, yace medio demolido para dar lugar a lo que Donald Trump llama “el salón de baile más hermoso del mundo”.
Costará más de 250 millones de dólares —un detalle menor para quien mide el poder en metros de mármol.
Las fotos filtradas en redes sociales parecen una mezcla de El aprendiz y Apocalipsis Now: polvo, vigas torcidas y obreros con cascos dorados. El Tesoro, vecino inmediato, ya prohibió a sus empleados publicar imágenes. No vaya a ser que alguno capture al mismísimo Trump en modo capataz.
El proyecto, según Associated Press, no tiene permisos de la Comisión Nacional de Planificación de la Capital. Pero Will Scharf —hombre de confianza de Trump y presidente de la Comisión— se adelantó: “No tenemos jurisdicción”. Traducido: barra libre para la retroexcavadora.
Desde su red Truth, el presidente celebró la demolición con tono victoriano: “Durante más de 150 años, todos los presidentes han soñado con tener un salón de baile. Yo lo haré realidad”.
Lo cierto es que, por ahora, lo único real es el cráter donde antes se servía el té diplomático.
En tiempos normales, semejante demolición causaría un terremoto político. Pero en la era Trump, la Casa Blanca se transforma una vez más en Casa Naranja: escenario, residencia y estudio de televisión, todo al mismo tiempo.
El baile recién empieza —y los escombros, también.
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