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Londres, 03/07/2025
El colapso de la reforma del bienestar en Reino Unido deja en ruinas la credibilidad del nuevo gobierno laborista
Por Felix Inkstone, Redacción Internacional
con asistencia de SalaStampa.eu
Sir Keir Starmer prometió una cosa, hizo otra y terminó en ninguna. Su proyecto estrella para reformar el sistema de prestaciones por discapacidad fue diluido, troceado y, finalmente, retirado con discreto silencio.
El supuesto ahorro de 5.000 millones de libras que tanto gustaba a los mercados y a la “City” terminó evaporado en menos de una semana parlamentaria.
La escena fue digna de un sainete de Westminster: tras anunciar medidas para limitar el acceso a los beneficios y endurecer los criterios de elegibilidad, el primer ministro se topó con una rebelión interna que dejó en ridículo su liderazgo. 126 diputados laboristas levantaron la voz, y finalmente 49 votaron en contra del gobierno, obligando a Starmer a negociar con su propio partido como si fuera un premier interino. El resultado fue un proyecto mutilado, que apenas se sostiene en pie, y que deja a la canciller Rachel Reeves con un hueco presupuestario del tamaño del Támesis.
A la retirada de la reforma del bienestar se suma ahora la restauración del subsidio de combustible para el invierno, una medida que agrada a las bases pero cuesta otros 1.250 millones de libras. La pregunta que todos murmuran en Downing Street —y que los tabloides comenzarán a gritar— es la misma:
¿Y ahora quién paga la fiesta?
Las promesas de no subir los impuestos y no aumentar la deuda empiezan a parecer un chiste de mal gusto. La señora Reeves, obligada a mantener las reglas de oro fiscal autoimpuestas, se enfrenta ahora a una misión imposible: cuadrar las cuentas con los bolsillos vacíos, el partido fracturado y los recortes vetados.
Sir Keir quiso mostrarse audaz en tiempos difíciles. Terminó como tantos otros: atrapado entre la moral socialista que todavía late en los pasillos laboristas y la aritmética brutal de un país con un Estado hipertrofiado y sin reservas.
Más allá del espectáculo parlamentario, queda una certeza: la luna de miel ha terminado. Y en el cielo político británico, las nubes fiscales se cargan rápido.
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